Hemos hablado de la memoria, de la formación y en ambos casos lo digital nos ocupó las reflexiones en torno al cambio. Hoy toca hablar de los creadores digitales.

Los nuevos procesos tecnológicos han desatado una catarata de creatividad. Hacemos música,  fotos, cuadros, imprimimos esculturas, sin necesidad de ser habilidoso con las manos, se puede ser habilidoso solo con la mente y la tecnología nos ayuda.

¿Eso es arte? La pregunta de siempre… ¿Qué es el arte? Mil y mil respuestas. Me quedo con las que me hablan de expresión, las que hablan de las búsquedas para superar las limitaciones de lo habitual, indagando como entrar en lo no habitual; aquellas respuestas que buscan en la estética la ética de la comunicación basada en la sensibilidad y los lenguajes de la creatividad. Muchas veces sin saber lo que queremos decir, investigando nuevas maneras de entrar en el corazón de quien queremos que nos entienda. 

Luego están los artistas, que saben lo que quieren y además saben contarlo de otras formas

¿El arte siempre lo hacen los artistas? ahora los que no son artistas ¿hacen arte a través de las ayudas tecnológicas?

No lo sé y la verdad que no me importa saberlo. 

Me importa que ahora más gente puede atreverse a hacer cine, a contar historias con creaciones que antes nunca soñó ni siquiera que estuvieran a su alcance. Más gente se acerca a la fotografía y a la pintura, más gente se acerca a la música y a esas nuevas expresiones que son mezcla de todo.

No solo el acceso es para ver, es para crear. Se abren las puertas de la imaginación porque ya no es necesario conocer tantas técnicas como antes… pero se cierran las puertas de la consistencia.

¿Qué es esto de la consistencia? La consistencia era la virtud de aquello que duraba y duraba y duraba y se hacía eterno y permanecía  por siglos… y merecía la pena restaurarlo porque había sido portador de miles de historias para miles de épocas.

Ahora no. La consistencia parece no ser una virtud apreciada por la gente. Ahora lo efímero gana la partida. No importa que las obras se rompan, importa que me dejen expresar de forma instantánea sin que se me obnubile el alma. Ni las entendederas. Importa crear para expresar lo que tenemos en ese momento en el espacio vacío que hay entre la mente y el universo.

Crear antes era un acto de años, de siglos, ahora es de instantes. ¿Dónde queda entonces la necesaria, la imprescindible educación sobre los modos, las formas y las estrategias de la creatividad para construir lenguajes estéticos que sean fruto de reflexiones y trabajos consistentes? 

Que debate tan precioso este que se abre … y que poco se está dialogando sobre ello …

¿lo contrario a la consistencia es la superficialidad?

El libro de Vargas Llosa[1] anunciaba estos males… ¿son de verdad males? Los debates sobre la cultura liquida que ya anunciaba Bauman nos están pasando por encima a los gestores culturales. No tenemos criterios para enfrentar estos modelos de creación que se abren en el siglo XXI. No hemos debatido entre nosotros lo que la creación digital aporta o roba al campo de la cultura. El campo de la cultura liquida (evanescente, obsoleta, inmediata) es un campo que nos lleva a replantear lo que se debe y no se debe contar de nuestra época al futuro… hemos de tener un criterio, que en otras épocas fue el de la consistencia, la maestría, la constancia y la capacidad de entender el mundo de formas diferentes a las habituales para su época… ¿Ahora qué criterios vamos a utilizar para entender lo que queremos llamar arte y cuál será su aporte, su peculiar forma de entender la cultura del siglo XXI?

Sin entender la memoria que queremos almacenar, sin revisar la formación que nos queremos dar, es muy complejo que podamos enfrentar el futuro que queremos crear… y esa es una de las funciones fundamentales del gestor cultural, entender el futuro que quiere ayudar a construir con la comunidad en la que trabaja.

 

[1] La civilización del espectáculo