Conozco este país desde el año 1986, en aquel entonces la cultura ni aparecía en los planes de gobierno. Colcultura era una entidad casi obligada, con un presupuesto que podríamos denominar hoy de infame… hoy, porque ya entonces era un país avanzado en sus políticas culturales.

Años más tarde el que fuera “primer ministro de cultura” sustituía a la última directora de Colcultura y lograba que el presidente de la República de Colombia abandonara la intención de comprar un nuevo avión presidencial e invirtiera esos recursos en el recién creado Ministerio de Cultura de Colombia.

Desde entonces este país lleva 20 años creciendo culturalmente hablando… en otros sectores también, pero me quedo en este… es un ejemplo de desarrollo cultural por sus leyes, por sus modelos de descentralización y sobre todo por los gestores que sin saberlo han hecho posible seguir teniendo conciencia de lo que significa ser colombiano por encima de guerras, conflictos y excesos de violencia, que sin duda los hay y los ha habido de manera exagerada.

Se han dicho “tonterías” como que el país crece culturalmente porque vinieron los Rolling Stone, o por algunas otras visitas gloriosas… pero estos no son los motivos por los que la cultura fue en elemento importante en el crecimiento del país, ni tampoco el gran número de leyes que han logrado que siga siendo país puntero en desarrollos y crecimientos en políticas y propuestas.

La cultura logró ser parte de la gente, de los territorios que estaban en medio de horribles matanzas. Logró devolver a las personas esa indefinible palabra que llamamos esperanza. En sus fiestas, en sus comidas, en sus músicas, en sus modos de estar juntos, consiguió lo que ninguna otra política de Estado había logrado, que siguiéramos hablando todos de Colombia, a pesar de sus muertes, de sus muertos. Colombia ganó la partida y uno de los apoyos más fuertes que tuvo siempre fue La Cultura, con mayúsculas. Ese proceso que sirve para celebrar que somos capaces de generar símbolos, imágenes, sueños, y contarlos para que otros entiendan lo que anhelamos.

Por eso elegí Colombia para vivir, necesitaba aprender lo que de verdad es la cultura, no esa retahíla de museos y lugares esplendidos, repletos de oropeles y falacias consumistas, que parecen ser palacios de la mentira envueltos en grandes diseños. Necesitaba saber y entender como la gente la hace suya, la quiere, la defiende, la comparte, la entiende. La convierte en herramienta de supervivencia.

A pocos días del cambio de gobierno debo dar las gracias por todo lo que he aprendido de nuevo. Muchos pueblos, muchas ciudades, fiestas, carnavales, conciertos, festivales de poesía, mercados del arte, rodajes, películas propias y ajenas, me han enseñado a volver a creer en la cultura como forma de crecimiento.

Ojalá, sea quien sea quien gane las elecciones, siga respetando esta lección que los colombianos nos regalan cada día a los que creemos en las formas “culturales” de entender el desarrollo.