Dejar constancia de lo obvio a veces es tan necesario como señalar aquello que nadie ve. La cooperación cultural en el espacio iberoamericano está desapareciendo. Ha dejado de producir relaciones estables, sostenibles y capaces de generar nuevos modos de estar juntos entre los países que componemos este amplio territorio.

Lograr un modelo supranacional de relaciones culturales estable es una tarea compleja, mantenerlas es casi imposible, a pesar de las múltiples ventajas que vienen con ello. La cooperación en cultura ayuda en otros procesos, no solo en los espacios artísticos o patrimoniales, en todo lo que se relaciona con los modos culturales de la gente.  Espacios que miran, aprenden y mejoran, o empeoran, pero colaboran a crecer todos juntos.

No quiero decir con esto que le pidamos a la cultura que sea el paño de lagrimas de todo lo que no sabemos solucionar, que ayude a la paz, a la educación, al medio ambiente, a la economía y a la reproducción del cangrejo en aguas septentrionales; pidámosle lo que de verdad nos puede dar, herramientas para aprender a hacer cosas juntos.

Eso, que parece tan sencillo, exige construir camino, elaborar puentes y trazar recorridos que a veces serán certeros y a veces erráticos y zigzagueantes. Hacer cosas y cuantas más se hagan juntos, más fácil nos resultará crecer juntos, un perfecto proceso de aprendizaje compartido.

Lo nacional tampoco ha vivido sus mejores momentos. España ha sufrido uno de los peores retrocesos culturales desde que nació la democracia en el 78, posiblemente estos hayan sido sus peores años en el terreno institucional. En algunos países de América Latina ha triunfado esa idea de que la mejor política es no tener política y ha brillado la arena del desierto en este terreno, a veces sin un solo oasis al que hacer referencia.

Con todo lo más preocupante sigue siendo la ausencia total de “ganas” de hacer cosas juntos. Durante años estuvo muy de moda hablar de procesos de integración regional. El complejo “espíritu bolivariano” que puso de moda el chavismo logró que ya ni siquiera se hable de acuerdos comerciales regionales. La fiebre discursiva de la integración se ha pasado y  ya no se habla ni en foros, los pocos que van quedando. 

Cuando el consumo de cultura crece de forma notoria en todos los sectores sociales, tanto en formatos digitales, como en asistencia a espacios tradicionales, resulta que el trabajo conjunto desaparece y nada de lo avanzado hasta la fecha tiene repercusión en los nuevos (y escasos) modelos que se están poniendo en marcha. Cada vez conocemos menos directores de cine de los países vecinos y menos autores de lo que en algún momento fue la literatura que marcó escuela en el mundo, la latinoamericana. Cada vez nos conocemos menos entre nosotros, a pesar del esfuerzo de los jóvenes por seguir “conectados”, pero los viajes son imposibles, los intercambios inalcanzables, los encuentros inabordables… y lo que la globalización facilita la pequeñez de los políticos lo destroza.

En una discusión con un queridísimo amigo me señalaba la desaparición de lo público y la importancia de rescatar lo público sobre lo privado. El papel de lo público en cultura es tan importante como ese extraño concepto que llamamos identidad nacional… que a veces sirve para pegarnos con el otro, pero las más de las veces nos ayuda a saber quienes somos y por qué nos diferenciamos del vecino, sin que eso se convierta en arma arrojadiza.

Una buena política cultural ayuda a que los diferentes, los distintos, se conozcan. Sepan los unos de los otros… y eso se lo estamos dejando a FITUR, es importante viajar y hacer turismo… pero ¿no sería más importante activar un plan estable de encuentros, de conocimiento, de acercamiento? Un plan de turismo cultural como modelo para la recuperación de la cooperación cultural, como defiende IBERTUR. Un plan de colaboración de las industrias culturales en español, como fue en algún momento uno de los ejes de la Carta Cultura, tan añorada. Un proceso de convergencia legislativa para la libre circulación de bienes culturales como el libro. Un proyecto coherente y apoyado por todos los países que facilite un portal como Retina Latina, que vive en un sinvivir por la falta de voluntad política. Hay experiencias que siguen peleando con uñas y dientes por lograr estos y otros hitos que nos permitan crecer de manera supranacional y ayudar a que nacionalmente la cultura tenga mayor presencia. Pero son experiencias y esfuerzos pequeños en comparación con el inmenso campo que hay que labrar.

Cada principio de año recuerdo que sigo creyendo en la cooperación cultural. La sigo considerando imprescindible. Cada final de año la veo retroceder un poco más. Ojalá este 2018 marque la diferencia.