Muchas son las situaciones que parecen hacer cada vez más compleja esta utopía de la integración que alguna vez marcó el rumbo de las relaciones de los países de América Latina, España, Portugal y Andorra. Todas son, han sido y parece seguirán siendo políticas. Perdón “ideológicas”.

La llegada de Hugo Chavez al poder trastocó diametralmente la política internacional en el continente. El famoso “¿Por qué no te callas?” despertó susceptibilidades que aumentaron con las torpezas reiteradas y crecientes de algunas empresas españolas. No todas, dejemos claro que fueron algunas, pero ya se sabe que del malo se habla y del bueno se silencia.

Nuevos equilibrios llevaron a varios países latinos a buscar cambios en sus marcos políticos, sumando nuevos contactos internacionales. China se convirtió en un gran actor para el desarrollo económico de la región. Estados Unidos dejó de ser el único referente, y las facilidades para mejorar la circulación de las personas, acompañado del fenómeno de las translatinas, posicionó la nueva economía sur-sur como meca del crecimiento regional.

España y Portugal inmersos en una crisis fea, en la que como ya hemos señalado en algunas ocasiones los únicos que ganaron fueron bancos y multinacionales, abandonaron completamente una política de colaboración y crecimiento conjunto con el continente latino, para encerrarse en una endógena mirada eurocéntrica, que no solo no ayudó en nada, sino que consolidó ese torpe nacionalismo excluyente que reverdece exageradamente en algunos líderes.

Todo pareciera indicar que la utopía de integración iberoamericana -o como apuntará en algún momento Manuel Antonio Garreton “latinoiberoamericana” del continente latino  con la península ibérica-, se hace sino imposible, sí compleja y ardua.

En cambio en todos los años que llevo viviendo como “sociedad civil” en Latinoamérica, sin ser representante de ningún organismo oficial, ni de ninguna historia institucional, he podido comprobar que las relaciones culturales y educativas, por desgracia no tanto las científicas, siguen muy vivas y albergan sueños nuevos.

La palabra integración, al igual que la palabra cooperación, han perdido adeptos, mientras  ganan terreno otras como colaboración, cofinanciación, co-trabajo, coproducción;   nuevos modos abiertos, participativos y solidarios que resucitan las ganas de conocerse, de saberse cercanos y capaces de derrotar a quienes cierran el paso a objetivos de todos y para todos.

Cuando las ideologías truncan a la sociedad civil y le entorpecen su necesario desarrollo en aras a esos delirios coléricos, no son más que excusas de los fanáticos para romper los procesos de colaboración que nos permiten crecer de forma conjunta -a todos- y no a los poquitos que saben beneficiarse del miedo.

A veces la política no es el arte de organizar a las sociedades de la mejor forma según sus contextos, y potencialidades, sino sencillamente la búsqueda de conflictos para entorpecer el desarrollo colectivo y favorecer el enriquecimiento de unos pocos.

Las ideologías, como las religiones, si se convierten en armas arrojadizas, deben ser “arrojadas” fuera de los modelos de crecimiento compartido, colaborativo y capaz de coproducir maneras nuevas de disfrutar la vida.

Por lo visto, por lo vivido y disfrutado, siento un gran optimismo en el futuro de este amasijo geográfico que hemos dado en llamar Iberoamérica. Un espacio repleto de lenguas, miradas, músicas, economías, familias, alegrías, tristezas, sensibilidades conectadas para avanzar en favor de la gente y no en contra de ella.

A favor de la gente. Siempre a favor de toda la gente. Si a eso lo queremos llamar integración entonces la integración está viva, pero si para llamarlo integración le queremos volver a meter ideologías y resultados económicos, entonces está más que muerta, “matada” de por vida.

Pero ¿cómo hacer que esto crezca sin la política, sin gobiernos y empresas, sin el trabajo de las ideas y los modos de discrepar? ¿Cómo volver a reorganizar la presencia de la gente en los proyectos que deben pertenecer a la gente?

No debemos prescindir de los gobiernos, ellos son -y esto no lo podemos olvidar- elegidos por nosotros y trabajan para nosotros, los ciudadanos, no somo nosotros quienes debemos defendernos de ellos, los políticos. Por ello debemos reivindicar que se vuelvan a construir organizaciones sensibles, capaces de escuchar las necesidades reales de las personas y no las demandas de las empresas y los gritos ensordecedores de los acumuladores de capitales.

Los jóvenes de América Latina, de España, de Portugal, de Andorra, saben que el cambio no solo es posible, sino imprescindible para tener futuro. Pongámoslos a circular, volvamos a facilitar sus encuentros, recuperemos espacios como los campus, como los foros de ciudadanía, y volvamos a escuchar a quienes tienen cosas que decir y sobre todo volvamos a hacerles sentir que lo que digan va a ser escuchado y no manipulado.

Eso es hacer política, el arte de administrar las necesidades de cambio de todos, y no las de riqueza de unos pocos.

Creo firmemente en Iberoamérica, latinoiberoamerica; existen demasiadas emociones compartidas para dejar que muera así… “matada” por las ambiciones de unos pocos y los miedos de otros muchos.

Creo firmemente en el papel de la cultura y la educación, también en el de la ciencia,  para lograr que este proyecto resurja de sus cenizas.

Creo firmemente en la fuerza de la sociedad y en estos momentos Iberoamérica está dando muchas más lecciones de vida a través de sus ciudadanos que de sus gobiernos.

Ojalá dejemos de votar por rabia y desilusión y volvamos a recuperar el placer de construir espacios más abiertos, capaces de futuros deseables. Un espacio como el latinoiberoamericano es no solo deseable, es indispensable para presentar contrapesos a quienes siguen diciendo eso de “Yo Primero”… que tanto y tanto daño hace a un proyecto conjunto de desarrollo. 

De verdad creo que sigue siendo posible encontrar vías para trabajos compartidos, colaborativos, coproducidos entre los países de esta región cultural del mundo, no me importa tanto si no la llamamos integración, palabra excesivamente ambigua, me importa que dejemos escapar esta nueva oportunidad de hacer cosas juntos.

Así que mientras los acontecimientos van horadando la Historia, el hombre hace planes, sueña: ‘Las utopías nacen y suelen morir, pero no dan paso nunca a una peor. En general, las utopías se mejoran. Sin utopía el mundo no sería correcto: la utopía es un país que el hombre visita todas las noches. 

Juan Gelman   https://www.publico.es/culturas/utopia-pais-humano-visita-noches.html